Henry Ford anunció en 1914: “El cliente podrá elegir el Ford T del color que quiera, siempre que sea negro”. Hoy esperamos que nuestros coches, y todo, sean “un país multicolor”, como el de La abeja maya. Esta evolución de los colores estuvo marcada por la iniciativa empresarial, la demanda y los costes. Algo parecido sucede con la comunicación.
Cuando Ford limitó al negro el color del T, dicho modelo llevaba fabricándose desde 1908, y estaba disponible en cuatro colores: gris, verde, azul y rojo. La ulterior limitación al negro no derivó de la falta de otras pinturas sino del objetivo de fabricar coches baratos. Para eso utilizó Ford la cadena de montaje, y redujo los colores al negro porque su coste era menor. El resultado fue el típico del mercado libre: los consumidores compraron, el empresario obtuvo beneficios, y los trabajadores de Ford cobraron los salarios más altos del sector.
Cuando el poder reprime la iniciativa empresarial del mercado libre, el resultado son bienes y servicios de calidad deficiente y precios caros; y decisiones que no brotan de las preferencias de cada ciudadano sino de los políticos y los grupos de presión, en especial lobbies sindicales y empresariales. De ellos ha dependido, por ejemplo, el número de canales de televisión que podíamos ver, primero públicos y después privados.
Pero la gente demanda el país multicolor. Una vez que la tecnología, esa gran amiga de la libertad, desencadena su resultado habitual de reducción de costes y barreras de entrada en múltiples negocios, siempre aparecen empresarios que no aspiran, como los depredadores, a vivir de las prebendas del poder, sino a satisfacer a las personas, que siempre prefieren la carta al menú del día, si la carta es buena y barata.
Se rompen los monopolios, la digitalización multiplica las vías para la comunicación, y ahora cualquiera de nosotros puede tener un periódico, una radio, y hasta un canal de televisión. A coste bajo, o cero, podemos comunicarnos mediante las redes sociales con todo el mundo. Lógicamente, los políticos y sus secuaces están preocupadísimos.
Dirá usted: pero Henry Ford solo vendía el modelo T en color negro. Sí, pero no durante mucho tiempo. La tecnología y la competencia de sus rivales le impulsaron pronto a volver a aumentar la gama de colores, y seguir vendiendo coches baratos para atender la demanda. Y, por cierto, en esa aventura arriesgó solamente su dinero y el de los accionistas que invirtieron voluntariamente con él, lo que nunca pasa si los protagonistas son los políticos y los lobbies.
Insisten los cansinos con sus jeremiadas sobre los peligros de la libertad, en la comunicación y en todo. Pero, como aconseja el tango feminista: “comadre, no le haga caso”.
(Artículo publicado en la revista Informadores.)