La donación del destacado empresario gallego Amancio Ortega a Cáritas animó el habitual el recelo políticamente correcto frente a las empresas. Personas que jamás se preocupan del empobrecimiento de los ciudadanos a causa de la coacción de los poderes públicos, sostuvieron, contra toda evidencia, que Inditex no es sinónimo de bienestar, empleo y prosperidad, sino de miseria y explotación. Jamás dicen que la miseria y la explotación son características del socialismo. Del socialismo, de hecho, no hablan mal nunca: lo malo son las empresas y el capitalismo, siempre sospechosos, siempre dudosos. Condenan la deslocalización, como si en su ausencia gozaríamos de menos pobreza y menos paro. Mientras los estados en todo el mundo son cada vez más grandes, poderosos e intrusos, insisten en la patraña del “secuestro del poder político por el económico”. Y fue manifiesto el odio a la caridad. Se llegó incluso a reclamar a Cáritas que renuncie a los 20 millones de euros de Amancio Ortega. La solución, proclaman, es la justicia, no la caridad. Pero llaman “justicia” a que el poder arrebate por la fuerza la riqueza a quienes la producen. Y atacan la caridad con argumentos sectarios y falaces: “La caridad no crea riqueza, solo pone parches a la pobreza. Poner parches a la pobreza con dinero de quienes la causan es totalmente inadmisible”. Jamás aplican este argumento allí donde es válido: en el intervencionismo político y legislativo. Odian la caridad porque odian la libertad.