Dos aspectos del pensamiento de Marshall McLuhan sobre la comunicación suelen ser ignorados, porque son políticamente muy incorrectos: su liberalismo y su religiosidad. En ambos casos, apunta a los límites del poder.
El liberalismo pivota en torno a dichos límites; y, en sentido contrario, los intervencionistas, o “socialistas de todos los partidos”, como los llamó Hayek, siempre encuentran motivos plausibles para violar dichos límites a expensas de la libertad de las mujeres y los hombres.
McLuhan observó esta contradicción: por un lado, “tras un siglo de tecnología eléctrica, hemos extendido nuestro sistema nervioso central en un abrazo global, aboliendo tanto el espacio como el tiempo en lo que respecta a nuestro planeta…el mundo no es más que una aldea”; por otro lado, sin embargo, “seguimos pensando conforme a los antiguos y fragmentados patrones del tiempo y el espacio de la era pre-eléctrica” (Understanding Media, Londres, 1964).
Al mismo tiempo que nos invitaba a pensar globalmente, McLuhan lo hacía a actuar localmente, lo que inevitablemente choca con el intervencionismo de las derechas y las izquierdas, que siempre nos aleccionan sobre los males del mundo y sobre la necesidad de actuar globalmente, es decir, que los poderosos recorten los derechos y libertades de las mujeres a escala universal, por su bien, claro. McLuhan no aceptaría este camelo, y tampoco conviene que lo hagamos los amigos de la libertad, entre otras cosas por lo que él mismo nos enseñó, a saber, que la marca política de nuestro tiempo es la rebelión frente a los modelos impuestos, no la aceptación sumisa del pensamiento único que nos quiere obligar a que obedezcamos, callemos y paguemos, aterrados en busca de la protección del poderoso, porque resulta que el cielo está a punto de caer sobre nuestras cabezas.
En cambio, McLuhan, cultivaba la fe en la armonía existencial, y sobre todo la fe en Dios, necesariamente limitadora del poder político y defensora de la libertad de unos seres humanos que somos todos iguales ante el Creador. No es nada casual que los enemigos de la libertad sean enemigos de las religiones judeocristianas.
Marshall McLuhan era un hombre profundamente católico. El padre Raymond J. de Souza, del Catholic Education Resource Center, recuerda: “Era de misa diaria, rezaba el rosario en familia todas las noches, y se levantaba temprano para leer la Biblia”.
Su frase más conocida fue, por supuesto, “el medio es el mensaje”. Menos conocida es su ilustración religiosa. Dijo: “En Jesucristo, no hay distancia o separación alguna entre el medio y el mensaje. Es el único caso en el que podemos afirmar que el medio y el mensaje son uno solo y el mismo”.
(Artículo publicado en la revista Informadores.)