En su diálogo con Juan José Saer, Borges confiesa haber sido “un devoto de Baudelaire. Podría citar indefinida y casi infinitamente Les fleurs du mal. Y luego me he apartado de él porque he sentido —quizá mi ascendencia protestante tenga algo que ver— que era un escritor que me hacía mal”. Lo asocia con su apartamiento de la novela y de la idea romántica de que el escritor debe preocuparse de su destino personal.