La política moderna se reviste de ropajes morales, y promete servicios públicos «decentes» o viviendas «dignas». Como si subirle los impuestos a la gente, que de eso se trata, fuera una muestra de decencia y dignidad.
También se habla de pobreza «inaceptable» o de paro «intolerable», como si esos males existieran solo porque alguien los acepta o tolera.
Para interpretar estos equívocos recurrimos a la ayuda de Adam Smith, que ironizaba sobre los «moralistas quejumbrosos y melancólicos» que nos reprochan endilgándonos los males del mundo.
Por fin, hablamos de la dimensión ética, e incluso sentimental, del socialismo y del liberalismo.