La doctora María Blanco, profesora de la Universidad San Pablo CEU, defiende el feminismo liberal en Afrodita Desenmascarada, que acaba de publicar Deusto. Esto la lleva a distanciarse del feminismo predominante, al que denomina “excluyente”. La honorable causa feminista está hoy “teñida de buenismo, de medias verdades y de demagogia”, y es “una pandemia que equivoca a unos y alimenta a otros, por obra y gracia de los intereses políticos”.
El feminismo liberal se centra en la dignidad de la mujer libre, y evita la culpabilización, la victimización, y las excusas colectivas: “todos son responsables de mi destino excepto yo que, sin el Estado, estoy perdida, como dice el bolero, sin rumbo y en el lodo”. Sobre esa base, invita a la reflexión serena: “es necesario salir del enorme enredo en el que estamos y tratar de mirar con ojos diferentes de qué hablamos, delimitar los conceptos…y salirnos de tópicos…y para ello no podemos atarnos al colectivismo borreguista, ni forzar por ley comportamientos que tienen que brotar de la privacidad de la conciencia de cada cual”. La libertad de la mujer reclama el fin de la subordinación de un sexo con respecto al otro, pero sin pasar de ahí a suponer “que todas queremos vivir protegidas por el Estado, que nos subordina”.
No hay asunto que no toque, desde la violencia hasta las cuotas, pasando por el aborto, considerando todos los puntos de vista, pero siempre desde la prudencia y la sensatez, y la desconfianza ante las soluciones mágicas que pasan por la servidumbre política: “El diseño de la tolerancia de la sociedad por el Estado es la crónica de un fracaso anunciado…el ejercicio de la virtud no puede ser diseñado por decreto y financiado con el dinero de los impuestos”.
El valor de la profesora Blanco provocará sarpullidos. Tres muestras. Una: denuncia la manipulación de la izquierda, que ha expropiado el feminismo y lo ha convertido en puro sectarismo, como si el asunto estribara sólo en el conflicto entre hombres y mujeres. Dos: niega la idea de que el machismo es fruto del capitalismo: “al revés, el capitalismo ha ayudado a la mujer a emanciparse y lograr escapar de las ataduras de siglos anteriores”. Y tres: señala a los/las oportunistas: “hay personas que viven de esto, literalmente, de la agitación, del mobbing, de las relaciones públicas ultra-feministas, portavoces del radicalismo”.
Y todo esto en una obra que no deja lugar a dudas sobre su feminismo, es decir, su defensa de la igualdad de derechos de las mujeres. “No admitamos la superioridad”, dice, y añade: “No reconozcas la autoridad de quien pretende dominarte”. Pero el camino no es la violencia: “La actitud pacífica pero transgresora es lo que me parece un ejemplo. Hay que negar la desigualdad actuando como iguales”. Es la suya una ética individualista y libertaria, que rechaza la coacción política y legislativa, y subraya la cooperación en una sociedad de mujeres y hombres libres que puedan construir un futuro mejor “unos y otras, o, mejor dicho, unos con otras”.