Si hay una mala palabra, esa palabra es “recorte”. El recorte está asociado con la crueldad, con el egoísmo, con la falta de sensibilidad ante los problemas de la gente. Si vemos hoy una manifestación de protesta, es prácticamente seguro de que se trata de una protesta contra los recortes. Como es obvio, resulta inconcebible que nadie se manifieste a favor de recortar. Pero entonces, si los recortes son malos: ¿qué hace LA RAZÓN recortando su precio?
Dirá usted: hay recortes y recortes. Y es verdad, exactamente, de eso se trata, de distinguir entre el buen recorte y el malo. ¿Cómo hacerlo? Respuesta: prestar atención a quien defiende la cartera del ciudadano consumidor.
Si vemos las protestas en contra de los recortes, comprobaremos que esa cartera desaparece del centro de la escena. Si una manifestación viene precedida por una pancarta que proclama “no a los recortes”, sabremos que se trata de un rechazo al recorte del gasto público. Pero como el gasto público nunca es gratis, pedir que se mantenga o que aumente, o negarse a que disminuya, en realidad equivale a proponer que los impuestos se mantengan o aumenten, o a negarse a que disminuyan.
En otras palabras, los políticos de todos los partidos, los influyentes grupos de presión que a su socaire medran, y los altavoces que desde púlpitos, cátedras y tribunas sin fin despotrican contra el recorte del gasto público, lo que están proponiendo es recortar la libertad de los ciudadanos y sus derechos, empezando por el derecho elemental de disponer de sus propios bienes. Reveladoramente, el pensamiento único pseudoprogresista, o, como diría Hayek, “los socialistas de todos los partidos”, se presentan como héroes –y están todo el rato hablando de su valerosa “lucha”– cuando lo que hacen carece de mérito, porque su “lucha” es contra los ciudadanos.
Veamos ahora lo que sucede fuera de la política, veamos qué hacen los trabajadores y los empresarios en el sector privado. Pues cuando vienen mal dadas, como ahora, se aprietan de verdad el cinturón, al revés de lo que hacen los políticos, los burócratas y los grupos de presión, siempre amigos de lo ajeno. Ante la crisis, el sector privado ha acometido un severo ajuste y ha reducido sus costes, sus salarios, sus beneficios, y, como ahora LA RAZÓN, sus precios.
Todo para proteger la cartera del ciudadano consumidor ante la dolorosa cuesta de enero. ¡Si tan sólo los gobiernos hicieran otro tanto!