El desprecio hacia la Edad Media tiene que ver con la hostilidad hacia la Iglesia y con la consolidación del poder del Estado. Les vino muy bien a los Estados modernos el que los ilustrados asociaran el pasado medieval no sólo al atraso sino a la Iglesia, que, no olvidemos, fue rival del Estado, al brindar varios de los servicios que éste después se ocupó de suministrar a la población.
No es casual que las fuerzas políticas e intelectuales de la modernidad sean antirreligiosas, y que identifiquen el progreso con el laicismo. Esto no vale sólo para los socialistas: también el liberalismo se apuntó a esa corriente en el siglo XIX.
En la Edad Media, como escribió Ana Echeverría en “Historia y Vida”, no hubo un retraso científico y técnico, como se pensó desde el Renacimiento, aunque sí es cierto que el período es muy prolongado, pues dura mil años, entre los siglos V y XV, con lo que no da lo mismo el principio que el final, pero de todas formas el progreso es visible en las construcciones más imponentes: las catedrales góticas, que reflejan visiblemente los avances registrados en la arquitectura antes del siglo XII.
En cuanto al mundo intelectual, “la Edad Media no nos dio un Platón o un Séneca, pero sí otras muchas mentes: Isidoro de Sevilla, Roger Bacon, Tomás de Aquino, Guillermo de Ockam”. Quienes desprecian esa Edad por sus supuestas deficiencias educativas podrían recordar que las grandes universidades europeas nacen precisamente entonces: “La universidad medieval fue el primer sistema educativo estandarizado de Occidente, el primero con vocación internacional”.
El conocimiento no se limitó a la teoría sino también a las innovaciones prácticas: se generalizan inventos cruciales desde el estribo hasta el arado con ruedas.
Una gran parte de estos avances tuvieron que ver con la religión. Ana Echeverría señala que no solo en el campo cristiano: “en el mundo islámico surgieron científicos versátiles, capaces de escribir sobre música, medicina o astrología”. Pero sin duda la protagonista del progreso fue la Iglesia Católica, tan denostada desde los tiempos de la Ilustración hasta nuestros días.
Sería absurdo alegar que su intervención fue siempre provechosa, progresista y tolerante. Pero también lo sería calificarla de inútil, reaccionaria y destructiva, como tan habitualmente se hace, con más prejuicio que juicio.