El primer equívoco que hay que despejar es eso de que los impuestos se reparten según clases sociales. Es típico, por ejemplo, afirmar que “en España es la clase media la que paga impuestos, y no los que más ganan”. Esto en alguna medida es verdad, porque la progresividad fiscal afecta relativamente más a los que no son millonarios. En efecto, como esa progresividad tiene un límite, en un determinado punto la curva de tipos marginales deja de crecer, y a partir de ese punto la imposición es proporcional. Digamos, si usted pasa de ganar 10.000 euros a ganar 50.000 sufrirá un castigo fiscal relativamente mayor que el que sufriría si pasara de ganar 200.000 a un millón de euros.
Pero en el fondo la afirmación de que los impuestos dependen de los ingresos es falsa por dos razones. La primera es que existen importantes impuestos indirectos y especiales que no se cobran en función de la renta sino del consumo, como es el IVA o el impuesto sobre los combustibles. Y la segunda razón es que en realidad la tributación no depende de la renta sino de la inquisición. Vamos, que en España los que pagan impuestos no son los ricos, ni los pobres ni la clase media. En España, como en el resto del mundo, los que pagamos impuestos somos los que no podemos evitarlo. Otro tanto sucede con la evasión: no son los ricos, ni los pobres ni la clase media los que defraudan a Hacienda, sino los que pueden hacerlo.
Dejemos, sin embargo, esta incómoda verdad de lado, tan incómoda que nadie quiere hablar de ella, y supongamos que efectivamente los que menos ganan pasan a pagar menos impuestos o a no pagar ninguno. ¿Qué sucedería?
Ante todo, si la fiscalidad realmente distinguiera entre las personas, deberían desaparecer todos los impuestos indirectos, las tasas y demás exacciones que recaudan las Administraciones Públicas sin atender al nivel de ingresos del contribuyente. Esta consecuencia, reveladoramente, jamás es tenida en cuenta por los que piden que los pobres paguen menos impuestos, pero es una consecuencia lógica irremediable de tal reivindicación. Si queremos que los pobres o la clase media no paguen impuestos entonces la única fiscalidad posible sería la directa, la única que distingue entre las personas.
Sea lo que fuere el resultado de la imposición indirecta, supongamos que en la directa se baja o suprime la presión fiscal sobre la mayoría del pueblo. En tal caso se abrirían dos escenarios, uno idílico y el otro infernal. El idílico sería que sólo los ricos pagaran impuestos. Como los ricos son, por definición, muy pocos, la recaudación tributaria se desplomaría, y otro tanto sucedería con el gasto. El Estado se reduciría a la mínima expresión y estaríamos en algo bastante parecido a una sociedad libre.
El escenario infernal, y temo que mucho más probable, es que el gasto público no se redujera, con lo cual sería imposible financiarlo sólo con las contribuciones de los más acaudalados. La definición de “rico” sufriría una continua reducción, y al final acabarían pagando impuestos millones de españoles, es decir, los millones que no podrían escapar. Vamos, igual que ahora.
Esto podia ser una buena idea